Despierto, en calma,
para esperar un nuevo día. Hoy parece
que el viento se queja; pues a través de la ventana observo el caer de
las hojas que desnudan, poco a poco, los árboles del otoño que quiere volver a sus
tonos naranjas. Y, como cada día que transcurre, la veo aparecer tras el
cristal haciéndome sonreír y querer, sin más, volar. Deslumbrante y apasionada,
también viste de naranja. Baila ante mis ojos atrapándome con la dulzura de sus
giros. Y, como por costumbre, se posa tranquila contrastando con el verde de
una vieja maceta; haciendo caso omiso del viento que ruge queriéndola llevar
tras él.

Y la vuelvo a
contemplar queriendo acariciarla. Y ella se contonea graciosa ante mi frágil
mirada, al ritmo del tic tac de un reloj de pared.
Pasa el tiempo, deprisa
o despacio; y mientras, sueño.
El silencio habla.
Algún día podré volar, como ella…
Y
besar sus anaranjadas alas de mariposa.