Relato seleccionado por el jurado para su publicación en la Antología "Sueños" de la editorial Letras con Arte.
La niebla penetraba en
el horizonte dejando morir su sol al que no dejaba, ni siquiera, salir. Incluso
las luces de unas embarcaciones, languidecían como descorazonadas por el frío
del tiempo. La vida parecía ausentarse adormecida por el invierno; no se oía
nada entre las rocas abatidas de silencios mudos y escasos recuerdos.
Aun así, algo parecía
emerger sobre la arena, aunque fuera en secreto. Se levantaba como quién busca la
luz, pero sin decir palabra; sin llorar ni gritar al viento.
A su lado, alguien abrió
los ojos al infinito y miró bajo la frágil transparencia de sus propias lágrimas.
Caían, sí; pero no derrotadas. Se abrían y dispersaban buscando el refugio de
sus sueños; deshojando su corazón de miedo y devolviéndole sus anhelos. Y dentro
de todos los sueños, había uno que existía en su mente y que, poco a poco, florecía;
sin llorar ni gritar al viento.
Un rayo de timidez
alumbraba en aquel horizonte que olía a sal y a esperanza. Y entonces, volvió a fijarse en la florecilla que
brotaba entre las oquedades del acantilado; elevando sus hojas hacia la luz,
realzando así su belleza. ¿Era real o, quizás, soñaba? Ni siquiera la bruma
podía empequeñecerla. Ya, no era un secreto tierra adentro.
Y habló al viento. Le
contó, despacio y en calma, su sueño: escapar entre las agitadas olas.
Entonces, le describió
aquel lugar. El que imaginaba detrás del horizonte de humedad y niebla; aquel
con el que fantaseaba desde que era niña y el cual, había oído decir, se perdía
en el verde de profundos valles y en rojizos campos de amapolas salvajes. Donde
el olor de las flores te sorprendía de pronto, y donde las gaviotas zancudas
sobrevolaban el cielo; sin llorar, pero gritando al viento libertad.
Y el viento contestó
apasionado, queriendo cumplir su sueño.
Las olas se adentraron estremeciendo
la playa. Unos pies desnudos se dejaron acariciar por ellas. Entonces, suspiró.
Y de un salto, entró en la barcaza junto a muchos más; y se despidió, dejando a
la florecilla besar la arena.
Ahora, tan solo olió la
sal del mar. La barcaza partió sin más; aventurera y sin rumbo. Ni siquiera la
bruma podía empequeñecerla.
Y ella, se dejó llevar.