Amanecía lentamente,
como si no quisiera hacerlo. Aún permanecía tirada sobre las baldosas verde
oliva. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que…
El silencio suspiraba
entre las luces y sombras que se desdibujaban por la estancia. Rota por el
dolor, parecía una oruga replegada sobre su piel desnuda; con ausencia de
movimiento, inerte y frágil. Ni siquiera sentía el calor que había abandonado
la tibieza de la chimenea, ahora apática e insensible a las brasas avivadas por
el fuelle. Intentó abrir los párpados derrotados por el sufrimiento, pero le
costaba trabajo. Seguían perezosos y abultados, tan solo marcados por una tonalidad
violácea. Se sentía pequeña y abandonada sobre las duras baldosas que la
subyugaban.
Unos acordes resonaron
en la lejanía. Tal vez, una pieza o un fragmento de una obra; pensó. Sería el
vecino ensayando con su piano. La cadenza…
ese vocablo italiano de estilo tan “libre”. Y una nota musical, tan solo una,
le hizo extenderse sobre el verde oliva, dejando olvidados el dolor y las
tristezas.
Sol.
Y los rayos del sol se entrevieron tras los cristales, desprendiendo toda su
luz. La vida emergía después de la oscura noche.
Nunca
más sería oruga…alzaría el vuelo como mariposa.