Relato seleccionado por el jurado para su publicación en la Antología "Vivencias" de la editorial Letras con Arte.
Puede que este relato tenga una parte real y otra imaginaria; pero lo que realmente queda en nuestras vidas, es esa esencia que nos dejaron y que siempre deja una profunda huella.
Recuerdo aquel verano
en el que las cosas cambiaron de pronto, puede que no encontrasen su rumbo;
pues aunque la vida ya se había ocupado de volver, poco a poco, esas cosas al
revés, hubo un antes y un después que dejaron una huella en mi vida.
Era el tiempo en el que florecían los geranios en el patio de la casa. Ahora, la habitación del fondo ya no estaba desocupada ni silenciosa. Alguien se dedicaba a que la radio sonase cada mañana y a leer el periódico casi a diario, descorriendo las cortinas para dejar que la luz se filtrase por los ventanales.
El viento se mostraba poderoso; haciendo que los abultados geranios, que se veían a través de los cristales, se secasen lentamente por el estío. Y así como el viento iba y venía con sus aires de sofoco, el ritmo de la vida nos sorprendió; de tal manera, que fue invadiendo mi alma dejándola desconsolada.
Pues cuando la
desmemoria ocupa una parte importante de la persona, haciéndose dueña de todo
su ser, hay un vacío que prospera hasta llegar al invierno; ese invierno que
deja atrás el verano en el que, incluso los sueños, se borran sin dejar pasado.
Entonces, son las hojas rejuntadas en el patio, las que ya parecen tener frío,
o puede que tengan miedo. Ese miedo que nos alcanza dejándonos heridos…; cuando
la mente de alguien se escapa por los rincones, sin saber el porqué, o sin
atender a razones.
Y eso fue lo que
ocurrió aquel agosto. Ese alguien que cada día encendía su radio y desdoblaba
el periódico con sus arrugadas manos, era mi abuelo. Poco a poco, sus vivencias
desaparecieron bajo el frío y la oscuridad de su percepción. Y aunque aún reía,
su risa se agotó despacio bajo las sombras de la habitación del fondo.
Ni siquiera se oía el runrún de las tertulias que cada día escuchaba; pues aquella vieja radio también moría con él. Y sus recuerdos, dejaron de llenar su soledad haciéndola más profunda o, quizás, más triste; porque lo conocido, ahora se olvidó como si tuviera prisa por alejarse, de él y de nuestras vidas. Así, los placenteros colores que nos regaló aquel verano, volaron…; alterándose, de repente, por colores cenicientos que quedaron.
Ni siquiera se oía el runrún de las tertulias que cada día escuchaba; pues aquella vieja radio también moría con él. Y sus recuerdos, dejaron de llenar su soledad haciéndola más profunda o, quizás, más triste; porque lo conocido, ahora se olvidó como si tuviera prisa por alejarse, de él y de nuestras vidas. Así, los placenteros colores que nos regaló aquel verano, volaron…; alterándose, de repente, por colores cenicientos que quedaron.
Pero
hoy, ha vuelto a amanecer; y no es poco.
Qué alegría Ana, nos gustaría estar en la librería para comprar el libro y que nos lo dedicaras, pero no es posible porque desde últimos de mayo tengo problemas en la espalda que no me permiten andar mucho rato
ResponderEliminarBesos de Toñi y mios
Más allá del componente de ficción que pueda tener –al fin y al cabo este es un lujo que pueden permitirse la literatura y el arte en general-, este relato estremece. El contenido que se empeña en ser pertinaz, las sensaciones que provoca, la manera de tratarlo…
ResponderEliminarMe quedo con todo eso y especialmente con el amanecer, por supervivencia, porque la ternura no está reñida con esas ganas de seguir andando el camino sin abandonar el equipaje
Muchas gracias por este comentario sobre mi relato; gracias por tu muestra de sensibilidad hacia la literatura y las palabras.
ResponderEliminarEspero, Melisa, que me sigas leyendo.
Un saludo y feliz día.