Su mirada se diluía en la luz que chocaba contra el alféizar. Giró su rostro hacia el ovalado espejo y continuó la tarea: pintarse con mucho esmero y, soñar…
Para que la lluvia, con
sus gotitas de agua, no fuera capaz de derretir ese personaje inventado; para
no ahogar su corazón abatido que, aún latía.
Caminó despacio, atrapado por la soledad de la calle, y llegó a su rincón favorito de cada día; el que habitaba, optimista, pese a todo.
Al rato, esa calle se
abarrotó de turistas. Alguien, con una cámara, capturaba la instantánea
perfecta.
Encandilada, se detuvo e
hizo clic…; superando la belleza. No era efímero, ni invisible; aunque el resto,
pasara sin detenerse.
Un guiño, un mohín, una
sonrisa de sus labios de fresa. Ella, dejó unas monedas en su caja; suspiros que
gritaban su nombre…
Triste mimo.
Existes
en mi ciudad.
Y
Toledo se estremece de esperanza…
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