RELATO FINALISTA EN EL I CERTAMEN DE "RELATO BREVE" CONVOCADO POR EL AYUNTAMIENTO DE SESEÑA (TOLEDO).-
El
cielo comenzaba a teñirse de tonos lavanda. Una nube se desplazaba lenta como
acompañando al ligero viento del atardecer. Habían transcurrido décadas que me
parecieron un mundo encerrado en su concha. Ahora, estaba en la casa grande, la
familiar, la que fuera entonces de mis abuelos. Regresaba al pueblo tras años
difíciles en la ciudad. Miraba por la ventana sin ver nada mientras un tenue
rayo de luz asomaba tímido por una de sus rendijas. Abrí un poco más las
contraventanas y sentí el olor de antaño de las aromáticas flores que adornaban
la balconada. Y entonces, vi a mi abuela en aquella ventana, con su moño
relamido y su vestido de paño, regando los rojos geranios que crecían
despreocupados. Las imágenes acudían a mi mente como los colores de un cuadro
de Manet, arremolinadas en fragmentos de una vida vivida.
Hundí
las manos en los bolsillos y sonreí por dentro, por fuera. Y volví a evocarla
girándose hacia mí para cogerme en volandas, de modo que me pudiera subir en la
pequeña banqueta que estaba próxima a la ventana. Juntos, nos asomábamos y
veíamos la calle todavía desierta. Y me encontré de nuevo con su dulce gesto y
toda su gracia al revolver, con su mano, mi pelo. ¡Qué fácil era la vida cuando
se era niño!
Permanecí
un rato como si estuviera anestesiado por la añoranza. Mis ojos, ahora
vidriosos, se cerraron de pronto escurriendo lágrimas flojas. Sentí que mi
corazón daba un salto atrás y lloré por dentro, por fuera; tanto que casi me
desbordé por los recuerdos.
Y
seguía parado frente a aquella ventana empolvada por el tiempo, cuando tras las
apretadas flores, esperábamos al abuelo. La emoción trepaba por mis adentros
como un caracol atrevido. A veces, los minutos se hacían eternos por la demora;
quizás, la jornada en el campo había sido de intensa faena. Pero al fin,
aparecía su delgada figura ataviada con un sombrero de paja, que nos saludaba
en la lejanía. Al acercarse, su risa y su voz tenían algo deliciosamente libre,
como el viento desatado entre las peregrinas nubes. Y yo, ayudado por mi
abuela, bajaba rápido de la banqueta dejándola medio tirada en el suelo, corriendo
a cobijarme entre sus ansiados brazos.
Olía
a hierba recién cortada, a campo y estío; a sol y espigas entrelazadas.
Entonces, me cogía y me contaba historias de la fuente vieja donde solían parar
a menudo los jornaleros a refrescarse; a
charlar de sus cosas entretenidos y, otras veces, me relataba el duro trabajo
que hacían para reunir el ganado en los pilones que servían de abrevadero.
Pensé
que, quizás, el tiempo curaría la ausencia. Sin embargo, no fue así. Tampoco era
así en el presente. Me marché del pueblo buscando algo diferente y nuevo, puede
que incluso mejor. Pero tras los deseados anhelos, me sorprendieron los mayores
desvelos; y descubrí que lo que andaba buscando con tanto afán, se perdía poco
a poco en ilusiones vacías y vanas.
Aquel
pelo que revolvía con gracia mi abuela, había encanecido de manera rápida y
precipitada, sin avisar siquiera. Incluso mi piel se mostraba arrugada por el
silencio de la distancia. Y en mi soledad, rememoraba las callejuelas aún
relucidas por las farolas donde los enamorados paseaban sus tardes. Y soñé otra
vez la plaza, la Mayor; con sus jardines de enredadas hojas donde, de la mano,
me llevaba mi abuelo; y saludábamos a Floro que regentaba un café, y a su perro
Nelo que se tumbaba en la acera para dejarse acariciar por los últimos rayos del
sol.
Entonces,
nos sentábamos en un banco y despacio, me daba la merienda de pan y chocolate contemplando
ese sol que moría entre las luces y sombras del oscurecer. Escuchaba su voz que
me regalaba cuentos de fantasía y me hacía sentir el héroe de sus palabras. Y
así, fueron desapareciendo los pañales y los balbuceos a medianoche, pues tras
la inocencia de aquellos días, me hice mayor creciendo en Seseña. Mi pueblo,
ahora, breve y ajeno de mis raíces; del que un día me despedí sin siquiera
decir adiós tras los ventanales.
La
nube que se desplazaba lenta como acompañando al ligero viento de la tarde, ya
había desaparecido por completo, no quedaba vestigio de ella. Se había olvidado
de dejar en el cielo su huella; como la realidad presente, pensé. Ya no quedaba
casi nada de antaño, ni mis abuelos que me criaron habían durado, ya no
existían; pues nada dura eternamente por ahora y los momentos pasan, a veces,
sin querer aprovecharlos. Quizás, las desvaídas fotos colgadas por las paredes,
eran lo único de un pasado que fue y que, todavía, después de tanto tiempo,
quedaba prendido sobre el recuerdo.
Miré
a mi alrededor, intentado sobreponerme a la inmensa tristeza que me inundaba,
como si fuera una caracola abandonada en la arena; desnuda, abatida por olas de
espuma que se despedían regresando al mar.
Había
vuelto para subsistir y, al ir abriendo todas las contraventanas, una luz
diferente alumbró la estancia y toda la casa entera. Podía empezar de nuevo y vivir
de sueños; pero de aquellos sueños que forjaron mi realidad, en esencia mi verdadera historia…
Como
la caracola, imaginé; que en la playa dorada, dejaba brillar su concha de
nácar.
Hola! Nos conocimos brevemente en Seseña y charlamos sobre los talentos y el coro de niños. Me ha encantado tu relato. Espero que sigas deleitándonos así muy a menudo. Un abrazo. Mayte
ResponderEliminarQué alegría me ha dado recibir tu bonito comentario. Estoy feliz porque te haya gustado tanto o más que al jurado que lo eligió para quedar como relato finalista.
ResponderEliminarGracias por leerme...
¡Espero volver a encontrarte por aquí, o sabe dónde!
Besos para tus niños.
Un relato muy bien descrito como "un cuadro de Manet" dan ganas de visitar Seseña y buscar esa 'casa grande' tan inspiradora.. Felicidades!!!
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Sonia. Aunque esa casa solamente existe en mi imaginación, supongo que habrá realidades que superen mis historias. No obstante, esta virtud o don de imaginar y crear lugares con sus cuadros, sus casas, un pueblo o cualquier playa junto con sus personajes, es lo que realmente me hace sentir feliz. Y agradezco a nuestro Creador que pueda utilizar este don para hacerte a ti y a otros muchos lectores, partícipes de estas y otras muchas de mis historias.
EliminarBesos...
Ana cómo siempre tu relato es precioso, sigue cosechando éxitos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por ser una fiel lectora de todos mis relatos y, sobre todo, por tus palabras. Palabras que, para mí, son un estímulo para continuar deleitando con mi escritura.
EliminarBesos.
Como siempre nos imbuyes en la historia! Muy bonito. Besos desde Murcia...
ResponderEliminarMi querida amiga:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras que, sin duda, me hacen seguir escribiendo para que lectores como tú puedan seguir disfrutando de mis historias. Recuerdo lo bien que lo pasé en Murcia y, espero volver pronto. Quizás, esa ciudad que me pareció tan hermosa, me inspire con sus rincones para otra bonita historia.
Muchos besos...
Eres maravillosa escribiendo !! Relatos tan bonitos que te hacen recordar experiencias vividas y añorar esos recuerdos tan bonitos que ya son solo recuerdos !! Te quiero prima , un beso , Sheila .
ResponderEliminarMi querida prima: gracias a ti por tu apego sincero y cariño. Me ha emocionado tu comentario. Yo también te quiero, por todo y por esos recuerdos que tú y yo hemos vivido.
ResponderEliminarBesos...
Relato con sentimiento puro y un bonito reconocimiento a los abuelos q tantas cosas nos han enseñado y tanta ternura y cariño nos han transmitido. Gracias Ana.
ResponderEliminarHola Ana:
ResponderEliminarDe tu amiga Ana de _Albacete_ Mucho ánimo, para que sigas dando momentos de estímulo, haciendonos sentir sentimientos escondidos,que necesitan ser despertados por alguien como tu. Un abrazo, te esperamos por aquí...