domingo, 1 de mayo de 2016

Molinos de cal y espuma

Es sábado por la tarde y en un lugar de mi biblioteca he desempolvado una historia que leí hace tiempo, en mi época de instituto. Una historia que me dejó huella y, en algunas ocasiones, me hizo reír tumbada bajo los árboles de mi jardín. Recuerdo que, aunque para muchos resultaba una lectura aburrida, o quizás, cargante y fatigosa, para mí fue de lo más divertida. Aún sigo pensando igual, a pesar de los variados sucesos que resultaban del todo imposibles, o puede que hasta inverosímiles; pues este famoso hidalgo me resultaba sorprendente y extraordinario. Y sea como fuere, siempre permaneció en mi recuerdo.

Tumbada bajo las desiguales ramas de mi jardín, donde empiezan a brotar las hojas que darán sombra en el verano, pienso en qué haría ahora Don Quijote al ver los molinos que, en otro tiempo, para él fueron gigantes, cobardes y viles criaturas. Sí. ¿Qué haría con ellos? Y repasando, de nuevo, este mundo donde la tecnología y los avances nos dominan por doquier, pues adondequiera que miras allí aparece un móvil y un sinfín de cosas más, Don Quijote fantasearía o enloquecería otra vez; porque vería que los molinos ya no son esos gigantes con los que quería hacer batalla, sino drones volando hacia él sin compasión alguna. O pudiera ser que los creyera descomunales robots emprendiendo ofensiva en aquellos sedientos campos de La Mancha. Y de repente, evoco al ilustre hidalgo, valiente y heroico, montado sobre Rocinante y dando aquellas mismas voces a su escudero Sancho para que se pusiera en oración al entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Sin embargo, mi imaginación tiene una nueva opción, una muy diferente a la primera y que no quiero dejar escapar junto a la fresca brisa que corre suelta por entre las ramas. Pretendo especular que, a pesar de los progresos de este siglo en el que vivimos y en los que Don Quijote se sentiría sobrecogido por los molinos convertidos en drones, o en qué se yo, hay algo más profundo; algo que supera por mucho a su fantasía, locura o cordura, sensatez o chifladura; y que siempre perduró en su interior a lo largo de sus caballerescas andanzas.

El amor que su corazón retuvo en todas sus aventuras…

Y como el sol del atardecer detenido en mis pupilas, imagino a Don Quijote cabalgando junto a su escudero Sancho. La tarde, también cae indiferente sobre los campos de Castilla mientras que ellos, conversan animadamente, como solían hacer antaño. Entonces, en el horizonte divisan unos cuantos molinos con sus aspas en movimiento; saludando al viento que se lleva tras de sí las nubes. Los ven en la distancia, inalterables; blancos como la cal y la espuma de sal, dibujándose sobre el infinito paisaje. Y Don Quijote abre asombrado sus ojos: ya no ve desaforados gigantes, sino bellas damas de delantales blancos. Y así, irresistible, vuelve a resurgir el amor en toda su esencia; aquel amor que sentía por la hermosa Dulcinea y que hizo que, otra vez, pensara en ella.

El molino era ella, señora de sus pensamientos, de sin par y sin igual belleza; que con sus dulces ojos, semejantes a ventanas abiertas de par en par, lo avistaba en la lejanía montado sobre Rocinante. Y las aspas en agitación al viento, eran sus apasionados brazos que lo querían abrazar con anhelo; para no olvidar a un hidalgo que anduvo del todo enamorado. Y la puerta que se abría y cerraba, eran sus jugosos labios encendidos por los últimos rayos de sol; que pronunciaban su nombre de héroe valiente. De manera que Don Quijote, cuerdo o loco, embelesado por los molinos o encantado por sus propios delirios, ya no sentía la dolorosa tristeza por la ausencia de su amada Dulcinea; pues estaba frente a él, lozana, serena y princesa de sus ensueños. Y tras el viento que iba muriendo, poco a poco, y ya no hacía voltear las aspas, desaparecía su melancolía. Porque un caballero andante sin amores, era como árbol sin hojas y cuerpo sin alma.

Y así, me imaginé a Don Quijote, lleno de pasión y ternura; cercando y asediando aquellos molinos blanqueados de cal que embellecían los pajizos campos. Enamorado como el cielo de sus estrellas, legítimo caballero e hidalgo, contendiendo contra ellos por amor; su único amor.

Ese amor del que nunca, loco o cuerdo, escapó.


2 comentarios:

  1. Hola!! acabo de descubrirte por la revista de bolos en carcamusas y me encanta lo que haces!! te empiezo a seguir desde ya y a ver si puedo compartirte en facebook. tienes alguna página de facebook? es por seguirte!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro que, por medio de un ejemplar de Bolos en Carcamusas, hayas podido conocer alguno de mis relatos y que te guste lo que escribo. No utilizo Facebook, pero puedes compartir mi blog por Twitter @AmChiqito
      Gracias por tu comentario y espero poder seguir escribiendo para que me sigas leyendo.

      Eliminar

Si te ha gustado alguno de mis relatos, puedes dejarme un comentario. Estaré encantada de leerlo.