Miré.
Observé. Esperé. La emoción del momento era inevitable.
Al tiempo,
recordé nuestro querer.
“Paseábamos
cada tarde bajo los árboles. Las hojas de otoño nos acariciaban al
paso. Tus palabras inundaban páginas blancas esparcidas en mi
memoria. Tu risa salada surcaba las entrañas de mi alma. Tus
profundos ojos eran el mar que yo buscaba y, cuando ese mar me
hallaba, las aguas de tu mirada me mecían como olas de plata.
Entonces, soñaba con versos, versos de agua y sal hasta que
despertaba en la cálida arena de tu piel dorada.”
Un instante.
Te vi.
Regresaste a
mí.
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