Como cada lunes salía temprano de casa, bajaba la
cuesta y esperaba pacientemente su llegada. De vez en cuando, se asomaba a la
calle por si lo veía aparecer a lo lejos. Mientras tanto, frotaba sus manos con
ansiedad y se movía de un lado a otro, deseando escuchar aquel acostumbrado resonar. Solía acudir siempre a la misma hora del día, muy pronto
por la mañana. Pero, a veces, él retrasaba su venida, quizás por el tiempo o
porque la gente lo entretenía demasiado. ¡O quién sabe!- pensaba ella, tal vez,
hubiera cambiado su suerte y ya, no lo vería venir en la distancia con su
bicicleta vieja y aquel dulce toque musical que daba aviso de su presencia.
Continuaba nerviosa, manoseando algo en el interior de su cesta. Sí, claro, se
habría demorado por alguna circunstancia y aunque hacía frío decidió quedarse
otro rato. El roce del metal tintineaba dentro de la canasta. ¿Qué haría si él
no aparecía? Volvió a fisgar en la lontananza y al fin, divisó una figura que
le era familiar. El pedaleo constante sobre el
gastado adoquín, el suave roce de los labios produciendo aquel
sonido tan usual mezclado perezosamente
con el chirriar de los ejes de su cascada bici.

No
obstante, nada había cambiado. Él, se marcharía dejando vacía su alma.
Todo
seguiría igual y, como cada lunes, el afilador aguzaría deslucidos
cuchillos que ella, abandonaba triste
en su
cesta de paja.
Ana me encanta como escribes me trasmites mucho sentimiento,enhorabuena
ResponderEliminarQuerida lectora:
EliminarGracias por tu comentario, Ángeles. Me es muy gratificante saber que, con mis palabras, puedo llegar a tu corazón.
Espero que siga siendo así.
Besos.