Amelia metió la
llave en la cerradura. Detrás, la esperaba Vera aún emocionada; no paraba de
hablar ni de hacer un sinfín de preguntas. Hacía tiempo que Amelia no se sentía
así por ella; tan feliz, jovial, risueña. Después de aquella tarde, habría un
después, un mañana, un no sé todavía por descubrir. Había sido una experiencia
única, decidida, quizá, atrevida.
¡Sin duda, había
merecido la pena!
Mayo.
La tarde se presentó sosegada, tranquila, como el navío que fondea en la
bahía a la espera, puede que del viento, que venga y lo empuje, hacia otro
rumbo; el horizonte. Así se sentía ella, serena como la misma tarde. La
temperatura era ideal, seca, puede que el ambiente estuviera regado por un poco
más del calorcito habitual. Amelia y Vera paseaban juntas, ligadas, sin soltar
amarras, cogidas de la mano, como siempre; lo que tenían acostumbrado. Se
acercaba la hora del concierto y decidieron darse prisa, no demorarse más entre
un helado, palomitas y caracolas de caramelo.
Las terrazas seguían abarrotadas; Amelia reparó en los camareros que
servían refrescos con celeridad, casi sin aliento para llegar a tiempo. Bajaban
hacia la plaza sorteando a los turistas que, con sus cámaras entre manos,
hacían fotos sin ton ni son; fotos y más fotos, en compañía o sin ella, un
rostro aquí, un recuerdo allá. Un instante, la sonrisa.
Un gato corría
asustado por los tejados. Vera se agarraba de la chaqueta de Amelia con fuerza.
A veces, se sentía insegura, perdida, pequeña. Lo era; pequeña, para ella, para
Amelia, aún habiendo cumplido los catorce; su niña, su vida, la flor nacida
bajo un cielo de abril.
Al fin, llegaron al teatro,
rodeando, deshaciendo una vuelta o innovando otro camino; ignorando recovecos y
olvidando los rincones. El cartel principal anunciaba a un conocido
concertista. La gente se arremolinaba en las puertas abiertas. Con paciencia,
Amelia y Vera lograron circular a través de la multitud, dejando atrás a los
que, a última hora, compraban sus entradas en taquilla.
Platea central,
palco 16, butacas 4 y 5, especificó una señorita ataviada de uniforme al tiempo
que les entregaba el programa.
—Gracias,
muy amable— dijo Amelia con un hilo de voz casi ahogado por el
murmullo de la gente que quedaba atrás.
Vera seguía a su
lado y como en otras ocasiones, no decía nada, solo esperaba el acaecer de lo
que aconteciera, tanto si era sorpresa o la misma indiferencia; un ahora, el
después, para ella algo, el todo o la nada.
Tropezó al
chocar de frente con los escalones.
—¡Mamá!
¿Empieza ya?— dijo elevando la voz.
El interior seguía siendo precioso;
sus pinturas del techo en las que aparecía Talía, la musa del teatro. Los
antepechos de los palcos, las finas columnillas de hierro, la embocadura del
escenario y el espectacular telón de boca, hacían de la sala una belleza
excepcional y a la vez, caprichosa.
Las luces se apagaron, quedando solo
el tenue amarillo limón de las luces de emergencia. El pianista salió a escena
situándose a la izquierda de un piano de cola. El público aplaudía
efusivamente. De inmediato, el silencio mudo se acopló a los presentes dejando
el espacio al descubierto: el artista y su instrumento, presentándose
inseparables bajo el vaporoso reflejo de unos focos ambarinos.
La música comenzó a latir; primero,
lenta y acompasada para luego, dejar fluir unas notas más elevadas; subían de
tono para acariciar el alma, envolventes y sugerentes; haciendo que Amelia
cerrara sus ojos para desear un sueño, que por el momento, era imposible.
Sonata nº 3 en Si Menor de Chopin...
Pensó en Javier, su marido; hubiera disfrutado del momento tanto como ella,
seguro; pero se había quedado en la cama con fiebre. Observó a Vera, embobada,
cautivada por la melodía. ¡Era tan guapa! Ni siquiera se movía un ápice, ni
decía nada, aunque fuera bajito, susurrando. Nada de nada, solamente escuchaba,
se dejaba querer por la sinfonía que hormigueaba en ella, etérea, dejando
esencia en su infantil mirada, que no lo era, no existía, se había perdido con
el tiempo, ocultada hasta no saber cuándo.
Terminó. Fin. Todos palmoteaban sin
cesar y ovacionaban con estrépito. ¡Bravo! ¡Bravo!, elogios llenos de
fogosidad. El concierto fue un éxito, todo el mundo parecía contento; hablaban
unos con otros dando muestras de su agrado, de la elegancia y destreza del
concertista, de su talento sin precedentes.
Amelia se giró
sobre sus pies y abrazó cariñosamente a Vera que sonreía tímida, todavía
acompañada de la dulce armonía, que parecía surgir otra vez y una más en
su inquieta cabecita.
—¿Te
ha gustado, Vera?
—Mami,
¡¿qué si me ha gustado?! Ha sido como un cuento de princesas, de los que tú me
contabas.
Amelia dio besos
a su hija, cien, mil quizás. Las lágrimas se sumergían en sus ojos para después
caer precipitadas.
—¿Por
qué lloras, mamá?— preguntó la niña buscando su
cara, sintiendo a la vez sus manos mojadas.
—Estoy
contenta, Vera. Lloro de felicidad, como las estrellas cuando nos dan sus
destellos y nos traen su luz y alegría, como sucede en las historias y en los
cuentos que te leía hace tiempo y que recuerdas. Los destellos son mis
lágrimas, que salen de mí para llegar a ti, en forma de perlas que se
convierten en besos, en besos de azúcar y de confite.
Vera se levantó de la butaca
sujetándose a su madre. Salieron sin ruido, juntas, dejándose entrever en la
exterioridad. La noche parecía asomar, despejada y clara. La calima de la tarde
aparentaba fugarse pues una brisa ligera revolvía las hojas de la acera. Amelia
y Vera permanecían en silencio, sumidas quizá por el placer del momento. De
pronto, una vocecilla mecida se oyó bajo la luna.
—Mami,
descríbeme el teatro y lo que más te ha gustado. ¡Cuéntame! Y te diré que,
aunque mi ceguera me impida ver, no importa. No me niega lo mejor, estar a tu
lado y compartir la belleza de las pequeñas cosas, el valor de lo que muchos no
aprecian con sus ojos que ven.
La llave giró
sobre la cerradura, la puerta crujió y se abrió perezosa.
Javier estaba
esperando.
muy bien. me ha gustado mucho.
ResponderEliminarGracias, Florencio por tu comentario y por seguir leyendo cada uno de mis relatos. Es un placer para mí.
ResponderEliminarUn saludo.
Sin dudas emocionante, una forma de escribir muy bonita. Sigo leyendo
ResponderEliminarFantástico,entrañable y muy real. Las personas ciegas disfrutan igual o más que los que tenemos visión. Como mi hija diría !Monisimo!
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